Irreconocible en la brecha
que cubre al tiempo y lo enferma,
derramo muecas de silencios y corderos;
de cuentos que quedaron viejos.
No vengas a escuchar consuelos;
la mordida de la sangre
y la belleza de mi insomnio
fueron las cruces que evangelizaron
a la noche que se cernía sobre nosotros.
Ya no van a aparecer
ni los niños ni los hombres
ninguno de aquellos que podrían salvarme
Miré a los ojos a la belleza,
manchas por doquier
del lugar donde lavan los pecados.
Carbonizados los extremos
de culpa y olvido
no descuido el infierno,
no soy eterno.
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